Publicado el 21/06/2021

Espiritualidad: La eterna búsqueda de la felicidad

Lautaro Burket nos trae una reflexión sobre las metas impuestas en nuestra práctica espiritual: La eterna búsqueda de la felicidad.

¿Es necesario ser feliz?

            Las sociedades actuales —la nuestra y las de este mundo globalizado— nos proponen buscar la felicidad como única meta para nuestra realización espiritual. De este modo, nos hacen creer que ser felices terminará definitivamente con nuestras aflicciones. Según esta idea, si uno alcanza la felicidad, desaparecen las emociones que nos desequilibran y vivimos un estado de alegría permanente. Si no alcanzamos la felicidad, es porque todavía no encontramos el camino.

            Las redes sociales, los medios de comunicación, las publicidades, profundizan y difunden esta idea. Muchas veces nos encontramos con frases como: “si te hace feliz está bien”, “lo único que importa es ser feliz”, etcétera. No quiero perseguir o criticar a nadie citando estos ejemplos sino mostrar cómo un mensaje en apariencia “positivo” puede llevar de manera implícita un mandato a seguir para quienes lo ponen en práctica.

            Me refiero a que si nuestra única meta en la vida es alcanzar la felicidad, ¿Qué vamos a hacer cuando no estemos felices? ¿Cómo vamos a reaccionar cuando tengamos momentos de dolor, fastidio, nerviosismo, desgano?.

La felicidad como mandato

            Muchas veces el mandato de “ser feliz” se transforma en un condicionamiento para aquellos que viven según esta norma, llevando a las personas a sufrir crisis depresivas o a sostener hábitos autodestructivos. Ante cualquier momento de dolor, ansiedad, o ante la transformación de ese estado de ánimo exaltado propio de la felicidad, caen en un profundo pesimismo, en la apatía hacia el mundo o en el aislamiento.

            Me dirán: ¿se trata, entonces, de “no ser felices”? No. Creo que el camino más adecuado y también uno de los más difíciles de practicar, es el de la ecuanimidad. Con esto me refiero a aprender a disfrutar los momentos de felicidad y placer pero también a saber sobrellevar los de dolor, tensión, desgano, o angustia.

            Para alcanzar este estado es necesario comprender que nuestra naturaleza se encuentra más allá de las dualidades del pensamiento que suelen controlarnos: bueno-malo, mejor-peor, me gusta-no me gusta, etcétera.

El camino de la ecuanimidad

            Es cierto que seguir el camino de la ecuanimidad tiene su costo; a veces podemos sentir cómo ya no tenemos la misma exaltación o los desbordes de alegría que teníamos antes frente a ciertas situaciones placenteras, las cuales ahora podemos apreciar y disfrutar pero con cierta distancia emocional. Del mismo modo, cuando nos encontramos ante situaciones que ponen a prueba nuestra fortaleza mental y física, cuando sufrimos alguna pérdida, cuando estamos estresades, cansades, no dejamos que nos envuelvan esa sensaciones y nos arrastren hacia la melancolía o la depresión. Las aceptamos y hacemos el esfuerzo por entender que, así como todo pasa, esas sensaciones también pasarán. 

            En el Bhagavad Gita, obra fundamental de la filosofía hinduista, entre otros tantos temas que se abordan, Krishna le explica a Arjuna los beneficios de la práctica de yoga para alcanzar la ecuanimidad:

            “El que llega a tal estado de la conciencia no vuelve a tener el ánimo alterado por los pesares ni las alegrías, ambos efímeros, tanto los unos como los otros. Nunca es perturbado porque se ha desapegado tanto del efecto que ocasionan los placeres como del efecto que originan los infortunios. Este hombre sabio y dotado de la visión divina se encuentra reposando lejos de toda pasión, deseo o interés, y estando más allá de todo eso, es un sabio cuya mente se encuentra firmemente equilibrada.” (…)

             “Aquel que no se regocija en el fortuna y el disfrute de los bienes; aquel que no sufre el infortunio ni es modificado por la enfermedad; aquél que donde quiera que se encuentre se halla libre de toda atadura, sin duda alguna es aquel que posee en sí una suprema sabiduría.”

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Publicado por Lautaro Burket

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